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¿Qué es la “ética promiscua”?

Reseña Libro Ética Promiscua - Nicole Martin

En 1997, dos mujeres estadounidenses escribieron “Ética promiscua”, una “guía práctica sobre poliamor, relaciones abiertas y otras aventuras, que seguiría siendo material de consulta para parejas y personas interesadas en otras formas de vincularse muchos años más tarde. Dossie Easton, escritora y terapeuta y Janet W. Hardy, escritora y educadora sexual, se nombraron a sí mismas como “promiscuas éticas” (en inglés, “ethical slut”). ¿Qué significa eso?

Creemos que el sexo y el amor sexual son fuerzas positivas fundamentales, actividades con un potencial para reforzar lazos íntimos, mejorar la vida, abrir la conciencia espiritual, incluso cambiar el mundo”, escribieron. En su propia búsqueda de vincularse sexoafectivamente, descubrieron distintas técnicas para tener conversaciones difíciles, trazar marcos de cuidado y expandirse tras los límites mono-normados. Fueron amigas, amantes y co-autoras de este y otros escritos.

Por esto, el primer mito que cuestiona es el de la monogamia para toda la vida como el único objetivo válido para las relaciones: “O eres el amor de mi vida o lárgate”. El problema de este supuesto no sólo está en todas las posibilidades que excluye, sino también en el malestar que provoca. Quienes creen en este mito -aún sin saberlo- pueden sentirse en conflicto si no logran estar en una pareja a largo plazo, si no lo desean o si aman a más de una persona a la vez. Pueden creer que ellas están incompletas, sin su “otra mitad”.

Es interesante la explicación que las autoras dan a la divulgación de este mito y también a su fecha de vencimiento. Por un lado, profundizan en la represión y supresión de la sexualidad como una estrategia de dominación. Citan al psicólogo Wilhelm Reich, quien teorizó que, sin la imposición de una moral anti-sexual, la gente estaría libre de vergüenza y confiaría en su propio sentido de lo que está bien y está mal. Entonces sería más difícil obligar a alguien a ir a la guerra contra su voluntad, por ejemplo.

Por el otro, caracterizan la antigua familia tradicional y sus valores: un verdadero clan, donde abuelos y abuelas y tías y primos y primas convivían al servicio de la subsistencia. Entonces, la pareja monógama era más bien una fábrica de hijos-trabajadores. A mediados del siglo XX, esta figura se reemplazó por la “familia nuclear”, organizada en módulos individuales de padre, madre y descendencia. En este nuevo formato, la monogamia no parece tener otro sentido que profundizar el aislamiento.

El libro es honesto en traer que, aunque teóricamente todo esto pueda parecer comprensible, escribir el guión propio de la relación cuesta mucho esfuerzo. Pero también es el tipo de trabajo duro que, al final, promueve muchas recompensas. En ese camino, la ética es lo más importante. Para las autoras, medir la ética de las personas promiscuas no consiste en el número de parejas sexuales que tienen, sino en el respeto y el cariño con el que se tratan.

Esto contrasta con la definición social de “persona promiscua” que, aunque los diccionarios describen fríamente como alguien que tiene relaciones sexuales con muchas personas, en la práctica se utiliza como un insulto. Especialmente cuando está dirigido a mujeres. Incluso puede relacionarse con “maldad” o “indiferencia”. Pero la “ética promiscua” valoriza principalmente el consenso, que el libro propone como una “colaboración activa para el beneficio, bienestar y placer de las personas involucradas”.

¿Cómo se practica el consenso? Muy simple. Cuando no hay seguridad de cómo se está sintiendo alguien, se le pregunta. La mayoría de los criterios éticos del texto son bastante pragmáticos: “¿Alguna persona está siendo dañada? ¿Hay alguna manera de evitar ese daño? ¿Se corre algún riesgo? ¿Son conscientes de esos riesgos todas las personas involucradas y están haciendo lo que está en su mano para minimizarlos? Por el lado positivo, ¿es divertido?”.

Quizás el capítulo más jugoso del libro es el de los celos, donde las autoras se encargan de desnaturalizar que son algo “inevitable” o “imposible de superar”. Sin duda son una experiencia muy común, al punto de que se mira con extrañeza a una persona que dice no tenerlos. Pero las sensaciones son más que diversas: “a menudo, la situación que causaría unos intensos celos a una persona, puede no ser algo tan importante para la otra”.

Para mucha gente, los celos son el mayor obstáculo del amor libre. Sin embargo, algo que no se considera es que la monogamia no es un remedio para los celos. Y con la excusa de que son parte del “instinto natural”, muchas veces se justifica la violencia y el maltrato. Como ejercicio, se propone reconocer cómo se experimentan individualmente los celos y describir qué partes del cuerpo responden, qué miedos surgen y aterrizar todas las ideas y sentires en lápiz y papel: “Pon un cronómetro durante cinco o diez minutos y simplemente escribe todo lo que te venga a la mente. Cuando hayas terminado de escribir, sé amable contigo”.

Una idea poderosa es que los celos no son una emoción, sino una puerta que se abre a emociones como dolor, furia o autodesprecio. Pueden ser una expresión de inseguridad, miedo al rechazo o al abandono. “Los celos son a menudo la máscara que utiliza el conflicto interno más complicado que tienes, que ha estado pidiendo a gritos ser resuelto y tú ni siquiera lo sabes”, lanzan. Por lo tanto, los celos pueden ser una oportunidad de reconocer y curar esa herida.

Aunque parezca utópico, es un acierto del libro contar experiencias reales y proponer prácticas para construir otras formas de vincularse, en el marco del poliamor, de las parejas abiertas o no monógamas. También se le puede leer un sentido feminista, ya que la monogamia para toda la vida se ha vendido como una carrera para las mujeres, donde los hombres han gozado de algunos beneficios sexuales.

En el mundo en el que quieren vivir Dossie, Janet y su “constelación de vínculos”, la sexualidad y decisión de cada persona es valorada por sí misma y no se mide en estándares ajenos. Y para una construcción firme, los cimientos no están hechos de posesión o idealización, sino de respeto.

Escrito por
Nicole Martin

🇦🇷 Periodista de investigación argentina. Fundadora de Revista Colibrí y directora de Vita Activa, lidera proyectos colaborativos en LATAM.

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