La ansiedad es una respuesta natural del cuerpo humano ante situaciones estresantes o peligrosas. Nos acompaña desde comienzos de la humanidad cuando necesitábamos estar especialmente alertas para escapar de un mamut o luchar con otros humanos por comida. Es una respuesta adaptativa que nos ayuda a sobrevivir. Aunque ya no cazamos osos ni mamuts, hoy sentimos ansiedad (y necesitamos de ella) en las tareas más cotidianas de la vida como manejar, cruzar la calle o presentar un informe en el trabajo.
En estos tiempos, en los que dejamos de “escapar del mamut” pero aún así vivimos con sobreestimulación y estrés (las redes sociales, el internet, el streaming, el trabajo, las obligaciones, las tareas…) fácilmente, la ansiedad -esa respuesta que desarrollamos para cuidarnos-, se vuelve crónica o se descontrola, pudiendo ocasionar efectos negativos en varios aspectos de la vida, incluida la función sexual.
Es así porque todas nuestras funciones están reguladas por el sistema nervioso vegetativo, que se divide en dos partes: simpático y parasimpático. Para la actividad sexual se requiere que ambos sistemas funcionen de forma coordinada y en su justa medida, que puedan reaccionar a los estímulos y al deseo que, de algún modo, representan una amenaza vital. En la actividad sexual, de forma natural y sin ser conscientes totalmente de ello, el sistema parasimpático estimulará la erección o tumescencia propiamente, y el simpático, la excitación sexual, eyaculación, orgasmo y, consecuentemente, la detumescencia.
Cuando se está con excesiva ansiedad, la alerta interna se enciende, y ocurre que se acciona en demasía una de las partes del sistema nervioso: el sistema simpático. Este es el encargado de activarse cuando el cuerpo entra en estado de estrés, concentrando toda la sangre en las extremidades, haciendo que la respiración se acelere, que las manos suden, y todo ello para facilitarnos la adaptación a la situación que entendemos como peligrosa. Así, el cuerpo está preparado para luchar o huir pero no para relajarse, dejarse llevar y sentir placer. Es justo acá donde la ansiedad puede empezar a generarnos algunos de estos problemas:
- La relación entre ansiedad y función sexual es bidireccional, es decir, la ansiedad puede influir en la función sexual y, a su vez, los problemas sexuales pueden aumentar la ansiedad.
- La ansiedad crónica puede reducir el deseo sexual debido a la sobreestimulación del sistema nervioso; puede hacer que la persona se sienta constantemente agotada y poco interesada en actividades que generalmente resultan placenteras, incluida la actividad sexual.
- La ansiedad puede interferir con la capacidad de excitación sexual, lo que dificulta la lubricación de la vagina y la erección del pene. Esto puede llevar a una experiencia incómoda y dolorosa durante el acto sexual.
- La ansiedad puede hacer que sea más difícil alcanzar el orgasmo. Las preocupaciones constantes y la hiperactivación del sistema nervioso pueden hacer que sea difícil relajarse lo suficiente como para llegar al clímax.
- La ansiedad crónica a menudo está acompañada de pensamientos negativos sobre quien la padece o inseguridad al respecto del propio desempeño sexual.
- La ansiedad puede instalarse de forma anticipatoria, donde la preocupación constante por “rendir bien en la cama” o lograr la excitación dificultan o impiden sentir placer.
Es muy importante que, si hay síntomas de ansiedad afectando el funcionamiento sexual, no se ignoren y se busque orientación y ayuda rápidamente. La mayoría de las dificultades relacionadas a la ansiedad sexual son bastante fáciles de resolver en sus inicios. Dejo acá algunas recomendaciones para seguir.
- Mantener una comunicación franca y abierta con los vínculos sexo-afectivos sobre el tema.
- Dar prioridad a las caricias no sexuales por algunos días. Así, el contacto físico que genera bienestar se mantendrá, evitando que la ansiedad se propague a otras facetas de una relación.
- Practicar ejercicio regular y, si es posible, algún método que favorezca la conexión mente-cuerpo y la atención plena. Cualquier actividad que coloque conscientemente el foco de atención en el presente puede ayudar (Taichí, Yoga, Mindfulness, pilates, u otros tipos de meditación).
- Cuando se retome el contacto sexual, empezar por caricias o masajes y, seguidamente, masturbación mutua tomando turnos con la mayor calma posible. Concentrarse en el cuerpo de la otra persona y en el momento presente.
- Si los recursos anteriores fueran insuficientes, buscar ayuda profesional. Un psicólogo con experiencia en el manejo de la ansiedad o una especialidad en sexología, pueden proporcionar estrategias para reducir la ansiedad y mejorar la función sexual.
La ansiedad puede parecer una enemiga pero no lo es. En palabras simples, la ansiedad nos protege cada día frente a muchísimos peligros. Suele ser nuestra incapacidad para autorregularnos, sumada a la sobreexposición sensorial -característica de estos tiempos-, lo que nos juega una mala pasada y dificulta que nos llevemos bien con ella.