El sexo no sólo se juzga, sino que se administra.
– Michel Foucault
Resulta curioso leer y pensar que la sexualidad también tiene su historia. Y aún más que esta historia guarda sus secretos entre líneas. No podemos imaginar que algo tan natural y esencial para la supervivencia de la especie humana, una práctica ancestral, oculte entre cuatro paredes su condición política de control y de poder.
Pues bien, esta excitante investigación y análisis acerca de la Historia de la Sexualidad, la realizó Michel Foucault, filósofo y escritor francés, quien profundiza en la trayectoria del sexo desde la Antigüedad Clásica, buscándolo no exactamente como una práctica, sino como un discurso.
La recopilación de sus análisis históricos están en cuatro tomos: La voluntad de saber, El uso de los placeres, La inquietud de sí y Las confesiones de la carne.
Según el autor, la llegada de la Era Victoriana, en el siglo XIX, confinó cuidadosamente la sexualidad a los espacios privados. No sorprende que coincidiera más o menos con la psiquiatrización de la locura y la expansión de las prisiones. Hasta entonces, la humanidad vivía una cierta familiaridad abierta y tolerante con lo ilícito: las prácticas no se llevaban a cabo en secreto, las anatomías quedaban expuestas, los gestos y las obscenidades eran visibles y los discursos eran descarados.
Confiscada por la familia conyugal victoriana, la sexualidad fue silenciosamente entregada al único fin de la reproducción. Se volvió tan secreta que sólo en el dormitorio de los padres y madres debía ser reconocida: cubierta, escondida y decente. De esa manera, el placer y las sexualidades consideradas ilegítimas, quedaron restringidas a las casas clandestinas y a los prostíbulos, donde no corrían el riesgo de molestar.
Lo cierto es que las nuevas técnicas utilizadas para interiorizar normas en materia de moral y conducta sexual ya se venían aplicando desde el siglo XVI. La Iglesia supervisaba la sexualidad a distancia, a través de las confesiones, prestando siempre atención a los sentimientos de conflicto, como los «deseos de la carne». A esto se suma el hecho de que la administración pública tenía como objeto de estudio las poblaciones, la difusión de enfermedades y la prostitución, creando una política del cuerpo, es decir, de la planificación poblacional.
Así fue como las Ciencias Humanas, la Medicina y la Demografía captaron el cuerpo confeso, producido por las prácticas clericales, y, como justificación de la preocupación social y gubernamental, establecieron la alianza entre poder y saber. Para completar, la burguesía forjaba el capitalismo, reprimiendo todo aún más vigorosamente, pues lo entendía como un riesgo de que su fuerza laboral se dispersara en placeres. Entonces, hablar de sexo se convirtió en algo tan vergonzoso que, incluso los profesionales de la salud, pedían disculpas cuando tenían que lidiar con asuntos «tan bajos e inútiles».
Es lógico pensar que de ahí la solemnidad con la que todavía hoy se habla del tema. El puritanismo moderno ha impuesto al sexo la prohibición, la inexistencia y el silencio, y es por eso que cuando hablamos acerca del respeto a la sexualidad, de alguna manera, sentimos que estamos desafiando el orden, que estamos siendo subversivos. De cierto es que cuando reafirmamos esta represión sentimos miedo a la exposición y al ridículo, miedo que muchas veces nos paraliza y nos impide gritar a favor de la libertad y del placer.
Por ello, es interesante saber que, cuando Foucault investigó los cambios en los discursos sobre el sexo, descubrió el surgimiento de una «experiencia de sexualidad» en la cultura occidental moderna, es decir, cómo se tomó conciencia individual en el ejercicio de nuestra sexualidad. A partir de aquí, este reconocido filósofo nos pregunta: ¿por qué decimos que estamos reprimidos? Y ante esto pienso que sería importante también preguntarnos ¿por qué seguimos así?
Las palabras de Foucault, como siempre, nos provocan a reflexionar sobre nuestra condición de personas alienadas en su propia sexualidad. Sus libros son una deliciosa invitación para que dejemos de mirar el sexo sólo a través del ojo de la cerradura y empecemos a ser protagonistas de nuestras palabras y cuerpos, de manera ética, respetable y amorosa, por supuesto.
Autoconocimiento es poder y placer.
¡Buena lectura!